Era libre como un perro sedentario,
con amos, con horarios e instrucciones,
repasaba a menudo el calendario,
y soñaba con eternas vacaciones.
Creía a Don Temor cuando decía
que mis días eran dos a la semana,
que entre lunes y el viernes yo debía
vender mi libertad a esa fulana.
Me mordía el corazón cuando vendía
a mis jefes la razón con pocos peros
y compraba con tristeza lotería,
pues ser libre se pagaba con dinero.
Perdí a Don Temor como enemigo,
la noche que Don Paro mató al perro,
y hoy me despierto cuando digo
y brindo cada lunes en su entierro.
Hoy ya nadie me aprieta la corbata,
ni visa como a un niño mi trabajo,
ya no vendo mi sonrisa tan barata,
y navego al corazón por el atajo.