Que hoy las espadas se desenvainan por la boca, ya lo sabemos.

Que los haters hacen cola en el hashtag de turno para tratar de sanar, con la receta del escupitajo, sus miserias cotidianas, ya lo sabemos.

Que los Pedros que critican a los Juanes se reproducen como los Gremlins en una piscina, ya lo sabemos.

Pero quizá ahí no resida el problema.

Empezaré por detrás… como las grandes novelas que dejan el principio para el final.

La mirada.

¿La mirada mira donde queremos mirar? ¿Soy dueño de donde mira mi mirada? ¿Soy consciente hoy, de donde miré ayer?

Hoy son más incluso, que los que usan las redes para escupir, los que les leen.

Los que invierten largas e inconscientes horas de sus aburridos días, bañándose en los escupitajos que profanan lejanos Gremlins al salir de la piscina.

Hoy son más los lectores que envenenan a diario su mirada.

Hoy son más los que cimientan sus discursos de sobremesa, en la bilis agena que habita en su memoria, que los que amasan sus gargajos en un tuit.

Los lectores.

Los que consumen, como una religión, el odio ageno. Los que siembran sus semillas con el veneno que recogen.

Los lectores son más. Y no solo beben, cada tarde, el veneno de aquellos haters anónimos… sino que lo esparcen. Lo comparten, lo chatean, lo distribuyen… usan WhatsApp como aliado para poner alas al odio que justifica sus discursos a la contra.

Ahí se mueven. A la contra. Digo blanco porque dicen negro y negro cuando escupen blanco. Que adore el verde ya no importa.

Sus discursos, como los ríos, nacen en las montañas que otros llenaron de bilis.

Y así, día tras año, tu escribes, yo leo y comparto. Yo leo y esparzo.

Bilis y haters hubo desde Constantinopla. Eso no ha cambiado. Lo nuevo son ellos, los que siembran, los que se sientan cada mañana, ante los medios y las redes, repletas de sangre y ahí, hacen click.

Tras ese ingenuo click, de los que no gobiernan su mirada, viene todo lo demás.

Ese taladrante discurso del yo, cimentado en el inconsistente discurso del ellos.

Esa trinchera que les abriga en los inviernos, como el ruido blanco y adictivo de los calefactores eléctricos, a las frioleras.

Detrás de ese click comienza su principio, y quizá habite también, nuestro final.

Posdata:

Como dije… acabaré por el principio:

En el bilis de los lectores que mutarán también en haters.

Quizá entonces, aquellos haters de principio, aquellos gremlins que se reproducían en la piscina fueron antes lectores.

Lectores, como zombies enfermos, que no gobiernan su mirada.

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